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“No erréis: Las malas compañías corrompen las buenas costumbres” (1ª Corintios 15:33)

La frase “malas compañías” (en la RV60, “malas conversaciones”), se refiere a la comunicación con personas dañinas, que no solo pueden dañarnos, sino guiarnos a acciones incorrectas. Pablo hace una advertencia a la iglesia de Corinto acerca de las amistades que se permiten en un círculo cristiano.

La primera advertencias es: “No erréis”. El yerro es la acción de error por ignorancia debido a escuchar lo que es convincente, pero que no es verdad. De hecho, la misma palabra griega puede traducirse: “No os dejéis engañar” o “No os dejéis ser extraviados”. Muchas veces nuestras acciones son el resultado de escuchar personas dañinas que no aman a Dios ni siguen la verdad. Tengamos presente que las compañías o amistades moldearán de cierta manera nuestra forma de ser. Por causa de los malos consejos de aparentes amigos, la mayoría ha caído en vicios, en pecados sexuales y en acciones perjudiciales. El creyente no está exento de ser engañado por personas perjudiciales en su vida.

Pablo menciona “las malas compañías”, que lleva la idea de “una mala charla con una persona con la que me identifico”. Estas conversaciones dañinas perjudican profundamente la relación del creyente con la doctrina. Puesto que todos son grandemente influidos por aquellos con quienes se asocian, es necesario tener gran cuidado en la elección de amigos y compañeros. Pablo exhortaba a los creyentes a cuidarse de los argumentos suaves y engañosos de los falsos maestros que negaban la resurrección de los muertos. Debe evitarse la compañía de tales individuos. La relación con los que sostienen opiniones erróneas, o cuyas vidas son impuras, tienen la tendencia a corromper la fe y la moral de los creyentes. Y esto sucede dentro de las iglesias, por lo que es importante estar alerta. La asistencia a una iglesia no asegura que la persona es sana o está en la correcta sintonía de la verdad; es probable que el corazón esté inclinado al mal.

Pablo sigue enfatizando que la relación diaria con los que no creían en la resurrección de los muertos y, las frecuentes conversaciones sobre ese tema, podrían hacer que los creyentes perdieran su clara y positiva comprensión de la verdad. Por esto, habituarse al error de otros, tiende a eliminar las objeciones contra él y a disminuir las precauciones necesarias; e incluso, puede guiarnos a ir aceptando aquellas cosas que son pecaminosas y perversas. Por eso, Dios siempre ha aconsejado a los suyos que no participen de una estrecha relación con los incrédulos. Recordemos que un “incrédulo” es aquella persona que no cree sinceramente en el mensaje de la Escritura; no es quien no entiende o entendió mal un texto, lo cual es muy común; sino se refiere a aquellas personas que no les importa el conocimiento bíblico ni el crecimiento en Cristo.

Las “buenas costumbres” son todas aquellas acciones que hacen de una persona un ejemplo de la sociedad. Pero las malas conversaciones pueden dañar las costumbres de la fe y la santidad, siendo guiados a practicar lo que no conviene. Por eso, cuando un creyente escucha a una persona que dice cosas incorrectas, como hablar mal de un hermano, promover la división, instigar a la vida disoluta o permisiva, proteger al agresor o procurar desestabilizar la unidad, debemos decir: NO.

Si queremos vidas de santidad, debemos poner límites en nuestras vidas, y dejar claro a las amistades o conocidos que nuestra vida se rige por el bien, y que no estamos dispuestos a ceder a la verdad, porque obedecemos a Cristo.