“En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta. Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen. Así fui librado de la boca del león. Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén”. 2ª Timoteo 4:16-18.
En este pasaje vemos a Pablo mostrando una realidad del ministerio: la soledad. La soledad no es por estar solo o por no tener personas que lo apoyen; es porque el llamado es exclusivo y no es comprendido por la mayoría de las personas. Servir al Señor pocos lo entienden, porque creen que servir al Señor es hacer lo que sienten, lo que anhelan, ya sea ayudar a la gente o tener un ministerio de cierta índole. Pero servir al Señor dista mucho de este punto humano de filantropía y de “Ministerios a Otros”.
Pablo fue llevado a la corte no por ayudar a la gente, ni por hacer “misiones”; nadie ha sido perseguido por ello. Pablo sufre la persecución por predicar y enseñar la doctrina de Cristo. Es significativo que la mayoría de las personas que dicen predicar a Cristo justifican el pecado de otras personas, toleran la manera de vivir incorrecta y buscan “no meterse en lo ajeno”; esto es lo que se llama “filantropía”, amor por los hombres, para ayudarlos. Pero ese no es el “agapantropía”, el amor incondicional a una persona. Si amamos, corregimos el mal de esa persona que amamos; apoyamos por el bien y la fuerza de esa persona, aunque parezca poco razonable; proveemos cuando hay necesidad sin mirar si es malo o bueno; escuchamos y comprendemos.
Pero el ministerio regularmente es criticado pero nunca comprendido. No se permite la queja, el desánimo ni tampoco la justicia; un ministro que requiere justicia encontrará en sus mismos consiervos la crítica y la señalización. Se entiende al pecador, al que comete graves faltas, pero se ataca y desprecia al que dice la verdad. El campo más difícil no es el mundo lleno de impíos, sino una iglesia llena de carnales. Pablo fue abandonado porque no había ninguno con la fe y el propósito de vida del viejo apóstol. Tuvo que enfrentar solo el valle más oscuro de su vida; ningún creyente quiso estar a su lado. ¡Menudo recuerdo del mismo Señor siendo abandonado por los Apóstoles y discípulos en su hora más oscura!
Todo creyente debe permanecer viendo al Señor, porque todo ser humano es falible, y nos dará experiencias tristes. En medio del momento más difícil, Pablo experimentó la soledad, como el Señor mismo cuando fue a la cruz. Muchas veces nosotros igualmente sufriremos solos, y debemos decir como el Apóstol: “no les sea tomado en cuenta”. Decir la verdad es caminar solo con ella, debido a la máxima de que la gran mayoría camina evitándola.
Pablo añade que “fue librado de la boca del león” mediante la predicación de la Palabra de Dios; porque la manera de luchar no es con la queja, sino con la enseñanza de la Escritura. Pero esta forma de evitar la queja no va en relación a una iglesia, sino al mundo. Pablo se quejó de la iglesia de Corinto, de la iglesia de Galacia y de la iglesia de Tesalónica, porque es natural que el mundo nos desprecie por la verdad, pero no es natural que aquellos que se dicen amar la verdad, la desprecien igualmente. De allí la advertencia del Apóstol en Hebreos 13:17 de que dice que las iglesias deben evitar que sus pastores se quejen, porque eso no le aprovecha a la iglesia. El sufrimiento que pasa un pastor no dará un buen resultado a la iglesia, sino que “no es provecho” o es “sin ganancia”, sin recompensa. Sin embargo, debemos aprender que incluso en muchas iglesias la vida pastorar está marcada por la soledad y el dolor, y es donde el Señor debe ser el centro de la fe del pastor.
Cuando el pastor alcanza el nivel de desesperación, debe enfocarse en lo eterno, en lo espiritualmente ofrecido por el Señor. Pablo dice que “el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial”. ¡Qué glorioso encuentro con el Salvador si logramos pasar esa dura prueba de rechazo y soledad humanos! El Salmista decía: “Alzaré mis ojos a los montes, de donde vendrá mi socorro, porque mi socorro viene de Jehová…” (Salmo 121:1-2). La esperanza es obvia cuando sabemos donde buscar al Señor, y cuando sabemos quien es Él para nosotros. Dios nos envía su ayuda y su consuelo por medio de sus Palabras.
Estimado servidor del Señor, el Señor le librará de obra mala y le preservará para su reino celestial. Alce sus ojos, mire al eterno Dios y dele la gloria que merece su nombre, porque es Él, y nada más que Él, el que puede consolarte y fortalecerte. Ten ánimo en el Señor.