“Y aconteció que, pasados los días de su banquete, Job envió y los santificó, y levantándose de mañana, y ofreció holocaustos conforme al número de todos ellos; porque Job dijo: Tal vez sea que mis hijos pecaron y maldijeron a Dios en sus corazones. Así hacía Job continuamente. — Job 1:5
Lo que el patriarca hizo temprano en la mañana, después de las festividades familiares, será bueno que el creyente lo ponga en práctica en su propia vida, antes de descansar cada noche. En medio de la alegría de las reuniones domésticas, es fácil caer en frivolidades pecaminosas y olvidar nuestro carácter declarado como cristianos. No debería ser así, pero así es, que nuestros días de banquete rara vez son días de disfrute santificado, sino que con demasiada frecuencia degeneran en alegría impía, egoísta y arrogante.
El mejor camino para la alegría y la santidad está en Aquel que creó el río cristalino del Edén, y que muchas veces no vemos, y nos hundimos en un dolor inesperado que nos purifica, volviéndonos a la fuente de la vida.
¡Pobres de nosotros! Nuestros corazones no son ricos, son pobres; cuántas veces los ricos anhelan la tumba a sus exacerbados banquetes. No hay paz sin fidelidad, sin amor y sin compasión; no hay propósito si no pensamos en la necesidad de otros.
Amigo, tú que te dices creyente, ¿en qué has pecado hoy? ¿Has olvidado tu vocación a la santidad y al amor por otros? ¿Has hablado con palabras soeces, indebidas, ociosas y execrables? ¿Te has reído de lo obsceno y lo vulgar? Con sinceridad de tu corazón confiesa tu pecado, vé al Sumo Sacerdote que dio su vida por ti, y confiesa ante Él tus actos incorrectos. La preciosa sangre del Cordero de Dios quita el pecado, elimina la culpa y limpia de contaminación el alma y el espíritu. Los pecados son la prueba de nuestra ignorancia del amor de Dios y del valor del sacrificio de Jesucristo.
Amigo mío, el mejor final de la vida es haber encontrado la limpieza de tu alma por la fe de Cristo; es Él quien te purifica de tus pecados y quien te libra de la maldad; es Él quien te da vida y una vida que no terminará jamás. Si hoy crees que tuviste un día bueno, regular o malo, ¿cómo será mañana? Si tan solo acudieras a Dios por su perdón y su salvación. Si tan solo entendieras cuánto te ama el Señor, y que la única condición para ser salvo es creer en Jesucristo como Salvador.
Crees que tu salvación depende de tu religión, de una iglesia, de una tradición o de una doctrina; pero la Escritura dice que solamente podemos ser salvos si creemos en Jesucristo como Salvador, si arrepentidos de nuestros pecados nos humillamos ante Él.
Arrepentimiento es cambiar de mente, de decisiones y de acciones; es decidir dejar lo que crees, lo que haces y lo que te contamina; es dar la espalda a todo lo malo para volver a ver a Jesucristo.
La fe es cuando, dejando de lado todo lo que tu mente te controla, confías plenamente en las palabras de Jesús dadas en la Biblia; es confiar con plena certeza que cuando Él dice que “todo aquel que en Él cree, será salvo”, es absoluta y perfecta verdad. ¡Y cualquiera puede creer, pues, a todo aquel es ofrecida la salvación en Jesucristo!
¿Crees esto?